Aunque ella lo negara con esa dureza seductora que tantas veces había ensayado frente al espejo, yo sabía que estaba dispuesta a seguirme hasta el fin del mundo. Por eso, después de postergar el momento todo lo posible, agotadas más de dos mil páginas de excusas y tramas secundarias, lloré cuando escribí las tres letras que rubricaban, en efecto, el fin del mundo. Un mundo que era el nuestro, parecido (tan distinto) al que ahora reinventas junto a ella, maldito lector, mientras pasas las páginas de mi libro.
domingo, 31 de julio de 2011
It's the end of the world as we know it ( and I feel blue)
viernes, 29 de julio de 2011
Mujeres de mi vida
Laura llevaba siempre un lazo azul. (Vanesa se tiende desnuda). Sobre todas las cosas, le gustaban los gatos y las fresas. (Su mirada ronronea por mi piel). Cuando reía, se le formaban hoyuelos en las mejillas. (Sonríe seductora, le dejo creer que tiene el control). Éramos sólo unos niños y el mundo un juego por descubrir. (Explora mi cuerpo, a su capricho). Una noche de chicharras y estrellas, le robé un beso. (Le muerdo el labio, le hago daño). Me dio un empujón y acabé en el suelo. (La empujo, me siento encima de ella, la inmovilizo). Se burló, vi en sus ojos el desprecio. (Se queja mimosa, hasta que ve en mis ojos el desprecio). La piedra en mi mano, la sangre. (El cuchillo en mi mano, la sangre). Fue la primera. (No será la última).
miércoles, 27 de julio de 2011
Quiromanías
Cuando me presentaron a Carol, nos dimos la mano amistosamente. Ahora todo es una guerra. Ya no puedo escribir; por más que suplico o amenazo, no hay manera con estas dos manos torpes. A Carol no le irá mejor, su mano y la mía peleadas por hacerlo todo. Tendré que llamarla y quedar para devolvérnoslas. Podría haberme dicho que era zurda.
martes, 26 de julio de 2011
Ego noster
Naúfrago de domingo, sin afeitar, sillón y pijama, la televisión un mar de fondo en mi cerebro de pelusas. Con la orilla de la mirada blanda, siento aparecer la primera grieta cerca del techo, un relámpago fino y negro que se queda congelado, en un silencio humilde. Pronto la siguen otras y no siento miedo. Admiro su plasticidad de hiedras huecas que quiebran el arabesco, dibujan los seis lienzos del salón, se acercan a lamerme los pies, reptan por mis piernas, me abren el estómago y el pecho, resquebrajan mi cara, se introducen en mi mente y me fragmentan el yo en docenas de nosotros. Con delicia, descubrimos que no se está mal así, en esta suerte de libertad que nos han traído las grietas. Bailamos y celebramos toda la noche, procuramos no pensar en lo que sin embargo sabemos: a la mañana, ellas nos dejarán y volveremos a ser yo. Me levantaré, me afeitaré y me iré a trabajar con una resaca descomunal que no acertaré a explicarme y la vaga sensación de que me he perdido algo. Y nosotros ya no podremos recordármelo.