miércoles, 30 de enero de 2008

Historia de una cruz


Carmen Carmona atesora en su pecho una cruz de lunares. Son cuatro perlas morenas que, las malas lenguas, dicen son la cuenta de los amantes que se le murieron a Carmen.


Se esconde el primero en la aureola de su seno, del izquierdo. Fue por Fernando Miñambres, un joven farandulero que con su cante preñaba a las niñas de versos de amor. Luciano Carmona, el padre, le dio muerte la tarde que Carmen, en el granero, cedía a Miñambres su flor.


El segundo, sobre el cuello y en lo alto de la cruz, fue el amor aventurero por un bandolero del sur. Rodrigo Solana Allamonte, que por la joven se quedó prendado, prendido, trenzado de sus ojos negros. Y por ella bajó al pueblo desde el monte, en pleno día y cegado de idilio, el bandido. Allí lo esperaba la autoridad, que sin tardar y abriendo el alba, lo habría de fusilar.


El brazo de la cruz lo forman los dueños de dos navajas que, descastadas, se cruzaron los filos. Dos hermanos, los Cortizo, que siendo tan parecidos hicieron sembrar la duda en Carmen Carmona. Sin saberse decidir, ora a uno ora al otro les daba requiebro y tiento, y en consecuencia, tiró menos la sangre que los celos. Y sangre se derramó, en el suelo, quedándose la mujer con un lamento girado hacia adentro.


Ahora hay quien cuenta que en la cruz, justo en el centro, encima de su corazón y del desamor nacido, un quinto lunar ha amanecido. Pero eso… nadie lo sabe cierto.

La ilusión perdida


El hombre dijo:
—La mujer es como un libro: las tapas, con el uso, se acaban ajando.

La mujer dijo:
—El hombre es como un libro: distintas palabras, pero todas las hojas iguales.

El niño dijo:
—Los mayores son como un libro de mayores: sin dibujos.

La lluvia en la piedra


¿Fui yo, tú o los dos? Para la soberbia de cada cual queda quién tejió la hiedra, quién levantó la distancia como espejos espaldados. Lo que fue amor quiso luego ser odio, tal vez como última tentativa de avivar el brasero de un sentimiento mutuo. No pudo funcionar. Ahora sabemos que el odio es de materia inútil, su destino es la ceniza abandonada al viento-tiempo. Por mi parte, voy a aceptar la derrota. Tomaré el último jirón de respeto hacia ti, hacia nosotros, y bajaré el telón, estoy cansado de este entierro inacabable, de solapar el tañido funerario con el frustrado estertor de la esperanza. Si la rosa pierde sus pétalos, le quedan las espinas. Pero si las espinas caen también, ¿qué queda? Sólo el camino de la podredumbre, el conformista humus de la muerte. Queda la lluvia sobre la piedra apática.

Me voy ya. Tras esa puerta habrá un sendero. Poco hay para meter en la maleta, así que andar será más sencillo. He reservado un bolsillo para llevar los recuerdos que me invente de que fuimos felices. Adiós, mujer, no olvides olvidarme o falsearme. Es la forma. El resto, déjaselo a los perros. Ya los solté.

lunes, 28 de enero de 2008

Emboscada perfecta


Salieron de entre las matas por decenas y rodearon a los cuatro mosqueteros. D’Artagnan, con displicencia, se atusó el bigote; pegó un silbido y la pluma omnipotente de don Alejandro bajó para tachar de la historia a los incautos guardias del cardenal.

Naturaleza muerta


Al atardecer, los animales se reúnen para el sepelio de Gror, el último ñu de la Sabana. Los mandriles, expertos en despiojamientos y acicalamientos funerarios, han sabido camuflar los tres agujeros cilíndricos en el cuerpo del viejo antílope.

Firia la hiena, desde las filas de atrás, observa los preparativos, mientras recuerda las historias de su abuela sobre mejores tiempos, cuando los humanos con ramas de trueno no venían por allí.

Justo cuando Mlo el elefante se dispone a iniciar el discurso fúnebre y hasta los insectos de la Sabana guardan un respetuoso silencio, Firia suelta una carcajada. Cientos de ojos y ocelos reprobadores se giran hacia ella. Mlo carraspea y, tras unos segundos en los que finge revisar sus notas, comienza el homenaje.

Ñga el chacal, mejor amigo de Firia, inclina el hocico hacia la oreja de su compañera:

–¿Por qué has...?

–Por no llorar, muchacho, por no llorar...

Velada



Al abrigo del cálido silencio,
mortecina la luz de la candela,
intercambiamos libres de cautelas
querencias destinadas al momento.
Unívocos en cada pensamiento,
enlazadas las almas con miradas,
rotamos por los ejes de la nada
inventando espacios relucientes
donde el tiempo platea nuestras sienes
a la luz de la luna compinchada.

Acomodas tu cuerpo en mi regazo
murmurando cariños y secretos,
invitando al abrazo en parapeto
guardador de fantasmas del pasado.
Arteros confidentes de lo amado,
lamemos nuestras llagas y reímos
una risa que inunda los caminos
como agua que llueve, y el ayer,
ímprobo compadre al padecer,
acelera su escape ante el destino.

sábado, 26 de enero de 2008

Pasatiempo


Desde que se compró el aparato, Marta no hacia más que cabificar. Empezó por cabificar las cucharas de plata de la abuela. Luego siguió con el televisor, los espejos, la bañera... Hasta sus mejores medias de seda cabificó. Un día pensó que podía cabificar las paredes del apartamento y así lo hizo. Cabificó a su marido y a la vecina del quinto. Todo lo que caía en sus manos, ella terminaba cabificándolo. Cuando el barrio entero estaba ya cabificado, no supo qué más hacer. “Oh, qué pena —se dijo—. Me gustaría tener un descabificador.”

Seducción


Ella bebía su Dark Moon en la barra del Blick’s, consciente de las miradas que intentaban desnudarla. No le sorprendió, tampoco le disgustó, el descaro de aquel hombre cuyo cuerpo pudo percibir a un par de centímetros de su espalda descubierta. Se mantuvo indiferente, aguardando mientras removía el interior de la copa y fingía retocarse el recogido de sus cabellos.

Él acercó los labios rozando el vello invisible de la nuca, avanzando hasta hacerle sentir levemente su respiración sosegada en el lóbulo. Su mano izquierda se ubicó, como por descuido, en el arco satinado de la cintura de ella, mientras las palabras surgían como un susurro suave y serenamente seductor. La mujer recibió con agrado la frase introductora, pareciéndole original y no exenta de clase. Antes de girarse, miró con disimulo hacia la discreta generosidad de su escote para poder cerciorarse de que el contorno de sus pezones se marcaba sutil sobre la tela del vestido.

En un primer instante, se extasiaron mutuamente con la belleza lasciva de sus rostros, pero el adentrarse en las miradas les otorgó la decepción del entendimiento. Un fugaz centelleo rojizo de los ojos sirvió como despedida, dirigiéndose el íncubo hacia la puerta mientras el súcubo retomaba su postura de estudiada soledad.

viernes, 25 de enero de 2008

Todavía



En este agujero
de lunas negras y ausencias,
me hablan los silencios.
Y me hablan de ti.

En este vacío
de pétalos deshojados,
desafiando al destino,
la llama te recuerda.

Quisiera saber qué hiciste,
qué dijiste
para que la llama,
el silencio,
no te olviden.

jueves, 24 de enero de 2008

Razones para un cuento


Un vampiro, de rostro exánime y mirada intensa, ataca a la niña en su regreso del colegio. Ella luego, con el desconcierto que generan tales acciones, habrá de tomar el suceso como un sueño, no del todo amargo. Pero he aquí que en su casa cruza ante un espejo, y gime y desespera al ver que no se ve. Entonces, angustiada, salta Alicia al otro lado, en busca de su imagen perdida.

miércoles, 23 de enero de 2008

Palomas en retroceso


El anciano sentó sus huesos en el mismo banco de siempre, bajo el olmo con el que compartía vejez y soledad. Sacó media barra de pan duro de una bolsa y usó esta para guardar las migas que iba desmenuzando con la parsimonia que da la costumbre. Las primeras palomas aparecieron en el rito matutino, picoteaban entre la grava a la espera de su maná habitual. El brillo de la navajuela las espantó en revuelo prófugo.

—Mejor —se dijo, con un leve repliegue de acordeón en su sonrisa cansada—. Hoy no es día de palomas.

Levantó la mirada para ver cómo el sol empezaba a pintar el cielo y la tierra con los colores de un nuevo día. Las migas en la bolsa empezaron a teñirse. Su muñeca, sin prisa, lloraba el resto de su vida.

Contra natura (tanka)



En armonía,
por todo el firmamento
brillan estrellas.

Debajo de sus luces,
los hombres matan hombres.

martes, 22 de enero de 2008

Todavía más allá


Cuando mi cuerpo empezó a convertirse en guarida perforada de gusanos y demás seres subterráneos de buen comer, me dirigí ya todito espíritu hacia el Ministerio de Trabajo del Más Allá. Cuando llegas, te preguntan cuál había sido tu oficio hasta entonces, por si tienen alguna vacante y se pueden aprovechar tus aptitudes. Yo llevaba treinta y dos años trabajando de enterrador, así que me alegré muchísimo al enterarme de que lo de la eternidad de las almas es tremendo disparate. Por ser justos, todas se mueren exactamente a los veintiséis siglos y cuatro horas. Así me explico que a ningún corpóreo se le haya aparecido nunca el fantasma de un troglodita. De todos modos, la felicidad me duró poco, porque al momento me dijeron que no había nada que enterrar, que con una pequeña urna basta para guardar las cenizas en que se disuelve el espíritu al desaparecer definitivamente.

—Entonces, después de la muerte del alma, ¿no hay nada?

—Eso pensamos la mayoría, aunque empiezan a proliferar algunas religiones que aseguran que existe un Más Acullá después del Más Allá.

—Pues a saber si es verdad.

—A saber... ¿Le interesa un puesto de alfarero de urnas?

lunes, 21 de enero de 2008

Sacrificio


La mujer trepó hasta la cumbre, portando como única prenda el cinturón sagrado de lino bayal y, sujetos a él, la vasija con los óleos ceremoniales y la palma de los sacrificios. Una vez arriba, pronunció las palabras de los antiguos escritos, como así se las habían enseñado los sacerdotes, y éstos la escucharon complacidos desde la distancia. Se untó la virgen sus formas voluptuosas con los aceites y empezó a bailar una danza sensual alrededor de la Gran Fosa de la Vida y la Muerte. El suelo tembló suavemente, pero ella siguió con el ritual: saltó y giró sobre sí misma mientras pasaba la palma sagrada por la cima aloque; se arrastró frotando sus pechos lúbricos y retozó como bestia en celo. Cuando las sacudidas del terreno aumentaron violentamente, reptó hasta la boca del volcán. Presa del paroxismo clavó las uñas y restregó su sexo contra el borde roso, mientras el enorme agujero se dilataba y encogía incitándola. Al sentir el latigazo espasmódico del orgasmo, cerró los ojos y dejó que su cuerpo fuera resbalando hacia la sima.

El chorro de albo esperma la alcanzó a mitad de la caída, catapultando su cuerpo ya sin vida en las alturas cuando irrumpió en la superficie como un géiser gigantesco. Y entonces las gentes dieron gracias, y vitorearon desde las murallas el advenimiento del maná divino lloviendo denso sobre sus cabezas. Un año más, el poderoso dios descansaría satisfecho en su entierro tumulario.

Remordimiento antiguo


Interior...
rozando bordes viejos
la sangre:
coagulada

Tela de entretela
sobre la sombra
araña el espejo

En el fondo
el pálpito,
tan débil
pero ahí

Cerrar los ojos y sentir
su amortiguada
e insistente
presencia

Para desde siempre

sábado, 19 de enero de 2008

El hígado de Prometeo


“Mitos y leyendas grecorromanos”. Ese era el nombre del libro que Sebas se había encontrado en el desván. En la portada, un hombre de barba enmarañada y gesto fiero devoraba el cuerpo de un niño. El impacto que le produjo la ilustración del Saturno goyesco lo llevó a sumergirse en la lectura con una curiosidad morbosa y adolescente.

Toda esa semana, sus sueños se tiñeron con el tinte rojo y negro de las pesadillas. Se despertaba envuelto en sudores y con un grito mudo que se le ahogaba en algún rincón de sus miedos. Sin embargo, al amparo de la luz diurna, acababa volviendo una y otra vez al libro, subyugado por sus historias. Así supo de cómo los Titanes desmenuzaron el cuerpo de Dioniso e hirvieron los pedazos en una caldera; o vio a Penteo, rey de Tebas, siendo desmembrado por las Ménades; o a las sirenas devorando incautos náufragos.

Y hoy que es domingo, a Sebas, en su traje de monaguillo, le tiembla la bandeja que acerca al altar. Mira en ella las hostias. Mira el vino. Y mira por último al frente, hacia los parroquianos que a él le parece que sonríen, a punto de convertirse en águilas.

jueves, 17 de enero de 2008

El faro de mis naufragios


Has de ser tú quien, en días como este, recoja mi cadáver, tú quien reúna mis jirones decadentes y los cosa, apenas lo suficiente para convertir en aceptable la posibilidad de mi existencia. Sólo para este loco, acercas a mi oreja tu bálsamo de Fierabrás, tu voz, la ondulante palabra que como magia fabricas con la parte más paciente de tu lengua y tus pulmones. Me cuentas que todo está bien, que el sol no deja de existir porque anochezca, que hoy has escuchado cantar en los jardines de tu casa a un ruiseñor. Que era hermoso su canto, como amapolas de aire.

Poco a poco, me traes de vuelta al mundo, mi cabeza vencida a tu regazo y a la pluma de tu mano, que acaricia. Con la tenue languidez de un niño enfermo, dejo que mis lágrimas se evaporen al calor de tus muslos. En tu voz empiezo a sentir al ruiseñor y trato entonces de creerte. El sol no deja de existir, el sol no deja de existir. No. El sol. Mi sol. No me dejes, no me dejes nunca, mi sol. Tú no puedes saber.

A veces, son tan tenaces las sombras…

miércoles, 16 de enero de 2008

Regio no es lo mismo que real


En el país de Grantacón, la reina Cristal solía pasear su elegancia transparente por los jardines de Palacio mientras zapatos cortesanos regalaban sus oídos:

—¿Quién ha visto —decían— sandalia más excelsa y delicada? ¿No deslumbra acaso como ninguna la aguja de su tacón? ¿No es ésta, sin dudarlo, la más fina que nunca haya existido?

Un día la reina sufrió un accidente atroz cuando, por querer descansar bajo la sombra de un roble, perdió el tacón al enganchársele entre las rudas raíces.

Desde entonces, ella sigue paseando por los jardines. Y los serviles fuerzan la sonrisa y fingen homenaje mientras dicen:

—¡Oh, mirad a nuestra querida reina! Nunca nadie caminó con el talón más firme en el suelo y la puntera tan alta y orgullosa.

martes, 15 de enero de 2008

Con el reloj a vueltas

Tic tac, tic tac, tic tac. Las cinco y veinte y no aparece. Tic tac. Mira que se lo tengo dicho. Tic tac. Si te vas a retrasar, avisa. Tic tac, tic tac. En fin, espera que... Tic. Ahora, ya está. Tac tic, tac tic, tac tic. Voy a darle una última oportunidad.

A perro flaco...


Esta mañana encontré la botella con el mensaje mientras paseaba por la playa. Como un imbécil, me quede mirando ese pedazo de vidrio soplado que la resaca se entretenía en hacer rodar por la orilla. El estupor, poco a poco, fue dejando paso a una rabia sorda. Al fin reaccioné: cogí la botella, llevé el brazo hacia atrás cuanto mi espalda arqueada permitió y la lancé con todas mis fuerzas a las olas.

Ahora atardece ya, y aún vigilo las aguas con nerviosismo mientras ruego a Dios por que el mar, esta vez sí, se la haya llevado lejos.

domingo, 13 de enero de 2008

Final para un final



                                   .


                                                             fin


                                                   la palabra


                                             temblorosa


                                   con su letra


                                 a dibujar


                                  empezaba


                                     en el cenicero


                                             abandonado


                                           un cigarrillo


                                        el humo de


                                        mientras


                                        siempre


                                               para


                                                  fue


                                                     se


                                                     y


                NOQUIEROVERTEMÁS !!!!!

La espera


Dejado atrás el tiempo de lirios y azaleas, este jardín de malvas se me ha ido descuidando. Ni apetece la congoja del llanto. Es cansino.


Arrastro el túmulo de mi cuerpo mientras las hojas del calendario vienen a posarse, broza seca. Soy un árbol muriente, un espantapájaros de corazón pajizo. Las horas negras han llegado con su sombra torcida.


Atrás el tiempo. Dejado. Atrás porque duele, doler es vivir y yo no... Quizá hoy la campana doble para mí, ladre el perro ahuecando el aire. Sí, el feliz estertor en que se acabe este engaño de mi aliento patibulario.

Dios, cuánta quietud… Llegue el viento a este nido de cuervos, el soplo que con levedad eficiente libere mis cenizas de su inconsistente equilibrio. Quedar al fin atrás como aquel tiempo de lirios y azaleas, como todos los tiempos que aprenden a preñarse de pasado.


Todo queda atrás. Esa es mi certeza y mi esperanza.

viernes, 11 de enero de 2008

Vanidad elevada



Rómulo y Norberto causan sensación por dondequiera que pasan. Con su sombrero 90-60-90 de piernas interminables, no hay otro zapato de tacón que no los envidie.


jueves, 10 de enero de 2008

Algoritmo sexual



Claudicaré una vez más al árbol de tu ciencia femenina: química de tus fragancias, física de tus relieves. Con un interés perezoso, calcularé trigonométrico el arco voluble de tus senos, después de trazar, con un cartabón de besos, una línea de tierra por la mediana de tu espalda.

Cada parpadeo, abatirá el plano irreal de tu mirada y será ahí, inexactamente ahí, donde mi resistencia tienda a cero. Inversamente proporcional, la regla de tres de tu ropa y mis latidos confirmará la teoría del deseo y, en corolario, el tiempo volverá a ser relativo en tu presencia. Luego, sin acertar con la fórmula que evalúe la variable de tus temblores a mi tacto, constataré el régimen turbulento de tu aliento y el mío a la distancia micrométrica de unos labios que se presienten.

Y si, por descuidada hipótesis, mi mano llega a bajar en busca del vértice de tu pubis, si tus muslos aceptan descubrir la incógnita y comienzan a girar en el eje del placer, concluiré como solución irrebatible que, en las matemáticas de la piel, dos puede ser igual a uno. Y que el infinito está a nuestro alcance.


Nada



Cuando las sombras ciernan
su cierta dura solidez
y la última liturgia
enmudezca para siempre,
emprenderemos el viaje de la tierra
entre esquirlas sanguíneas
que ya no dolerán.

Como compañeros,
los pasos de la hierba, la piedra,
el hambre aullada de los perros,
la hierática languidez
de los árboles enraizados.

Siendo nada aquello
que un día rompió a vivir
en el hueso y la carne,
será nada el destino
que borre complaciente,
en el silencio de una justa providencia,
nuestros nombres.

miércoles, 9 de enero de 2008

Flor para una madre muerta



Era un día de cielo aplomado. En el cementerio, el silencio cargaba las espaldas, solo quebrado por el rezo monótono del sacerdote. La niña aguardó a que los operarios bajaran el féretro al fondo de la fosa, mientras la lluvia empezaba a caer pesadamente. La trabajadora social le soltó la mano para abrir el paraguas, momento que aprovechó para acercarse al borde del hoyo. Una lágrima brotó mansa para irse a diluir entre las gotas dulces que caían sobre su rostro. Mantuvo el brazo extendido unos segundos sobre el agujero, contemplando la belleza simple de aquella flor entre sus pequeños dedos. La dejó caer, se dio la vuelta, buscó de nuevo la mano de aquella extraña y le pidió que se fueran. El dolor sordo que oprimía su pecho cedió un poco, mientras se alejaba pensando en cuánto odiaba su mamá las flores.


A su tiempo (tanka)



La mariposa
paciente en el capullo
forma sus alas.

Quiere el hombre volar
sin antes conocerse.

martes, 8 de enero de 2008

A contraluz



Hay peligro al observarte en momentos como este, cuando miras horizontes olvidada del mundo. Hay peligro, digo, por romper el embrujo de tu ausente presencia en la ventana que atardece.

La taza. Abandonada al hueco de tus manos, abandonada tú al rito de la huida mientras los cobres del ocaso te dibujan. Con el pelo y el alma recogidos, tu mente cabalga praderas que a veces juego a imaginar. Y tu mente cabalga. Y yo imagino.

Dibuja tu boca una sonrisa que no sonríe por mostrarse, hecha de pensamientos, sólo de eso, de praderas que imagino que cabalgas, y qué hermosas. Ahora una sombra, una que no viene de afuera, sino que ha nacido de dentro de tu piel y pasea por tu cara. Imagino de esa sombra aguaceros, cantos de lobo, naufragios y cristales rotos sobre la piedra. O tal vez, quién sabe, sólo la vida, que a veces duele. Cuando la tristeza, ineludiblemente, se aposenta en la nostalgia, llega un suspiro. Luego un trago al café ya casi frío que te hace arrugar la nariz y apretar los labios sólo un segundo. Y en ese segundo de carita de gata aprendo una vez más a amarte.

Al final, cuando tu silueta acepta diluirse entre las primeras sombras y poco a poco te pierdo, y ya no eres más que el movimiento pausado de tu pecho, el mínimo balanceo de tus hombros, la curva de tu espalda como primer trazo sobre un lienzo anochecido, al final me acerco. Quizá con el temor de que, si no lo hago, desaparezcas. Hacia praderas que no pueda imaginar.


La parábola inconclusa



Un príncipe paseaba por los jardines de Palacio con su maestro:

—Dime cómo he de proceder. Mi padre cree que debo casarme con la hija del rey vecino. Yo no la amo y... es de triste apariencia.

El mentor detuvo sus pasos frente a un rosal:

—Mirad, señor, esa araña que trama sus hilos entre los tallos. No tiene la belleza de una mariposa, pero ¿veis cuán hermosa su creación, su geometría perfecta, su resistencia al viento y a la lluvia?

Comprendió el príncipe y decidió casar. La mujer resultó ser una persona inteligente y juiciosa. Los súbditos la adoraban por su gran corazón. Cuando llegó el momento de subir al trono, con sus certeros consejos hizo de su reino el más glorioso y admirado. Le dio también un hijo, que creció sano y gallardo y al que el rey amó con devoción.

Pero sucedió que el muchacho cayó en la trampa de intrigantes que enturbiaron su mente. Se levantó en armas contra su padre y lo obligó a abdicar.

En su exilio, el antiguo rey se lamentaba ante su fiel asesor. Este, suspirando, le preguntó:

—¿Recordáis la araña del rosal? —Ante la muda afirmación, prosiguió—: Pues pensad ahora en aquella sublime tela, y en el insecto que se topa con ella y se enreda. Ved cómo de lo hermoso también hay que esperar las más terribles desgracias. Lamento, mi señor, no haberos dado entonces la lección entera.



sábado, 5 de enero de 2008

Balance



Un hombre no hace a la humanidad,
pero la humanidad se ha hecho
de cada hombre que ha vivido


cuando sientas
-en los latidos-
el cansancio cómodo
cuando el rumor de los cipreses
anticipe tu nombre

mira atrás
descubre en el polvo
tus huellas
la marca en cada paso
por este perezoso desangrarse
que es la vida

haz balance

no prometo llorar
si tiembla tu mano
al cerrar la cuenta

/más allá de la muerte
sólo somos lo que hicimos/


Quizás una historia



Un hombre tenía una duda.

Pasaron los días y la duda seguía ahí. Como suele suceder en estos casos, la constancia hizo el hábito, el hábito la intimidad y la intimidad el cariño.

Así, cada mañana, el hombre le ponía un lazo de colores a su duda y la sacaba a pasear por las calles, que viera mundo. A veces, al doblar esquinas, algunas certezas traidoras aguardaban agazapadas. Entonces el hombre sacaba del bolsillo sus gafas de sol y culebreaba entre las certezas, aferraba su duda con fuerza de la mano repitiéndose una y otra vez que ella era hermosa con su cara de nieblas y su aroma a posibilidades.

Fue una bonita relación. Juntos envejecieron con su amor probable. Cuando la Muerte se presentó, el hombre miró de frente aquellos ojos ancestrales y en sus labios únicamente se oyó:

–¿Por qué?

Y ambos, el hombre y la duda, murieron felices.


viernes, 4 de enero de 2008

Acuarelas diluidas



Albaceas del misterio,
óvalos misericordes
que guardan la culpa
del pasado trasegado.
Otra vez me he perdido
en la cuna blanda,
la lluvia adormecida
deslizándose al fondo
de tus campos verdes.


Enredado,
fanáticamente,
en tu mar de sargazos,
amor náufrago
en la hora imprecisa,
cuando el placer y la muerte
se asemejan.


¿Qué anegado infierno guardarás
en la herida molicie
de tu mirada?
¿Qué moneda he de ofrecerte
para poder cruzar
esa laguna Estigia?


Déjame acariciarte los ojos
con la brisa sanadora
que engendra el deseo.
Que el olvido caliente
las brasas del aliento
que muerde nuestros labios.


Afuera,
ya callaron los robles
sus chismorreos de vieja,
el búho recita
los siete salmos apócrifos
con que sangra la noche.
Pronta está la alborada
para vestir la tierra
con su manto de luces.


No temas, mi niña,
pronta está la alborada.
Ya llega.


jueves, 3 de enero de 2008

¿Blanco o negro? (Zoolución)



El día que el afamado inventor Sir Albert Graham Clark presentó su máquina de convertir rayas en lunares, las cebras de todo el mundo temblaron. Su secreto milenario iba a ser descubierto.


miércoles, 2 de enero de 2008

Lo breve y lo eterno (tanka)



Ofrece el roble
sus ramas centenarias
al gorrión.

Un pequeño latido
en los brazos del tiempo.

martes, 1 de enero de 2008

Tres maneras de mirar un espejo



Primera
Mira de frente. Sin la menor vacilación mira de frente, con la obstinación de un dios. Mantén tu vista en tu vista sin parpadear, hinca la mirada hasta que veas en los iris de tus ojos reflejados el reflejo de tus ojos que reflejan en sus iris tus ojos que reflejan en sus iris tus ojos que reflejan tus ojos que reflejan tus ojos, tus ojos, tus ojos y así hasta que el infinito sea un amigo y no un vértigo, un universo o el lugar común de un mal poeta.



Segunda
Observa el cuarto a través de su reflejo. Hazlo con el borde de los ojos, concéntrate en mirar todo lo que hay alrededor de lo que mira el centro de tus ojos, a la vez y en todas las direcciones, los ojos fijos. No tengas miedo cuando descubras que tú ya no estás ahí, que el centro de tus ojos en realidad no sirve para nada, que la vida está en esa otra mirada y que las cosas no están tan quietas y muertas como disimulan cuando saben que las estamos viendo. De ahí a la genialidad o la locura, sólo te separarán cuatro sentidos.


Tercera
Mira el espejo. Ya no a ti ni a las cosas, abstráete de todo reflejo y piérdete en el cristal, comprende al fin que no sólo eres tú quien mira el espejo sino también él a ti, que sonríe de luz por haber atrapado tu imagen esos segundos en que vuelve a vivir, antes de que salgas del cuarto y lo mates una vez más porque, ahora lo ves claro, el reflejo de un espejo no existe si nadie lo ve. Una vez sepas esto, entenderás la única verdad: que todos, hombres y mujeres, somos espejos.