viernes, 10 de abril de 2009

La esquina


Temprano en la mañana, un hombre camina por la calle. Va pensando en lo que le gusta pasear a esas horas en que la ciudad todavía duerme y se prepara para la batalla diaria. Sus meditaciones se diluyen ante la vistosa realidad de una mujer escultural que camina hacia él. Sorpresivamente, ella se detiene y le da dos besos. Con el segundo, los carnosos labios se acercan a su oído y le susurran: “Cuidado con la esquina”. Luego, continúa su marcha. El hombre no sabe reaccionar, se queda allí quieto, acunado en el vaivén de aquellas caderas que se alejan. Al final piensa que una loca, preciosa pero loca, y sigue caminando. Unos segundos después, un ejecutivo apresurado le golpea dolorosamente una pierna con el maletín al adelantarlo. Un amago de imprecación se le aborta en la lengua porque ya el trajeado ha doblado la esquina de la manzana. La esquina... Apenas la asociación mental empieza a estructurarse en su cerebro cuando escucha un alarido. Un maletín —el maletín— sale volando por la esquina y se despanzurra contra el asfalto enseñando sus tripas de documentos y emparedado de jamón y queso. El hombre se queda frío. En un primer momento, piensa en ir al socorro de aquella persona pero recuerda la advertencia de la chica y le entra el miedo. Duda. Lo sobresalta entonces una ráfaga de disparos y se pega a la pared. Del otro lado de la esquina le llega el sonido de chirridos de neumáticos, gritos, más disparos. El edificio entero tiembla cuando se produce una gran explosión y un resplandor de lenguas de fuego aparece hasta lamer el sándwich del maletín. Justo después, nada. El silencio absoluto. Tanto que el hombre puede escuchar sus propios latidos. Ninguna masa despavorida surge huyendo, no se oyen sirenas ni helicópteros. Nada. Tras unos minutos, reúne el coraje suficiente para asomar la nariz por la esquina. Lo primero que ve es un perro escarbando en un cubo de basura al otro lado de la calle. Pasa por ella un coche. Luego otro. Se decide a doblar completamente la esquina y lo que se encuentra es una normalidad total. Transeúntes y coches, el quiosquero abriendo su puesto, la dependienta barriendo la entrada de la mercería. No da crédito. De locos, piensa, locos como la mujer hermosa. Vuelve sobre sus pasos, dobla la esquina y se detiene. Alguien se ha llevado el maletín. Otra vez dobla la esquina y mira. Todo normal. Una sonrisilla nerviosa aflora en su boca. Decide regresar a la seguridad de su casa —allí donde lo normal no es raro—, serenarse y buscar una explicación. Yendo se cruza con una señora mayor que pasea una bola blanca peluda del tipo perro. No sabiendo muy bien por qué, le da dos besos y le dice que tenga cuidado con la esquina. De repente se siente feliz, con una satisfacción parecida a cuando ayudas a cruzar un paso de peatones a un ciego. Sigue su camino, se va silbando, las manos en los bolsillos, loco de normalidad.


1 comentario:

Danilo Gatti dijo...

la rutina diaria de la ciudad que hace que todos estemos locos de normalidad
"I will go crazy, if I dont go crazy tonight"