viernes, 28 de marzo de 2008

La infinitud replegada


La floresta sucumbe en un calor movedizo de rumores expectantes. Cómplice, se aúna en la tensa espera del cazador. Balam aguarda y sus cien ojos son la noche intrincada que dirige los pasos de la amada presa. El tiempo exuda sus latidos al compás demorado de la llama que acecha, la fuerza vital contenida en las fauces entreabiertas del soberano de la oscuridad.

Luego un instante y el aliento refrenado de la selva estalla en el impulso brutal de Balam. Las garras hieren y los colmillos despedazan, vehículos de la muerte; a la vez, liberadores de la vida. La víctima huye así de su forma que la separa del viento, de las aguas, de las hojas; otorga su esencia al seno primordial que es Balam, ente portador de las potencias telúricas. El tigre real lanza su rugido de sangre y en él palpitan las almas de sus presas devoradas, del pécari, del venado, del tapir; y el pábulo verde del que se alimentaron; y el suelo que engendró el herbaje; y hasta el cielo que fecundó la tierra.

Balam es el todo, Balam es... la eternidad.

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