lunes, 28 de enero de 2008

Emboscada perfecta


Salieron de entre las matas por decenas y rodearon a los cuatro mosqueteros. D’Artagnan, con displicencia, se atusó el bigote; pegó un silbido y la pluma omnipotente de don Alejandro bajó para tachar de la historia a los incautos guardias del cardenal.

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