jueves, 10 de enero de 2008

Nada



Cuando las sombras ciernan
su cierta dura solidez
y la última liturgia
enmudezca para siempre,
emprenderemos el viaje de la tierra
entre esquirlas sanguíneas
que ya no dolerán.

Como compañeros,
los pasos de la hierba, la piedra,
el hambre aullada de los perros,
la hierática languidez
de los árboles enraizados.

Siendo nada aquello
que un día rompió a vivir
en el hueso y la carne,
será nada el destino
que borre complaciente,
en el silencio de una justa providencia,
nuestros nombres.

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