martes, 6 de mayo de 2008

Dearistocradencia


En aquella mansión, ante la mirada ilustre de los ancestros que atisban desde su atalaya enmarcada, la familia se reúne para cenar. Ropa de etiqueta para sentarse a la mesa; mantelería fina, los ángulos bordados con el escudo de armas. Orfebres minuciosos repujaron la cubertería, que brilla bajo la luz vacilante de augustos candelabros: platos de porcelana con ribetes dorados, cucharas de plata, cuchillos con el mango de oro.

El servicio, dos señoras de edad improbable cuya juventud viviera el apogeo de una casa que ahora gime por sus heridas centenarias, acerca el alimento en bandejas impolutas.

Los comensales mastican despacio, prolongando el instante plácido de engañar a sus estómagos. Una noche más, deciden postergar la decisión de qué hacer cuando se acaben las ratas, ya escasas merodeadoras en los sótanos de su hogar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es divertido y sorprendente al final. Me gusta. Me arrancó una sonrisa.