miércoles, 9 de abril de 2008

Amar empieza por erre


Oprimo la tecla de rebobinado del contestador automático. Sonrío. Miro el número en la pantalla sobre la luz roja parpadeante. Me pongo el abrigo. Salgo de casa. En el ascensor, ya la echo de menos. Entro en el coche. Su olor me acompaña todo el trayecto hasta su casa. Pienso en su boca de amaranto, toda para mí. Al llegar, le hago un gesto con la mano por la ventanilla. Bajo. Me acerco, feliz como un colegial. Nos besamos largamente.

—Te quiero.

—Que duermas bien, mi amor.

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