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Albaceas del misterio,
óvalos misericordes
que guardan la culpa
del pasado trasegado.
Otra vez me he perdido
en la cuna blanda,
la lluvia adormecida
deslizándose al fondo
de tus campos verdes.
Enredado,
fanáticamente,
en tu mar de sargazos,
amor náufrago
en la hora imprecisa,
cuando el placer y la muerte
se asemejan.
¿Qué anegado infierno guardarás
en la herida molicie
de tu mirada?
¿Qué moneda he de ofrecerte
para poder cruzar
esa laguna Estigia?
Déjame acariciarte los ojos
con la brisa sanadora
que engendra el deseo.
Que el olvido caliente
las brasas del aliento
que muerde nuestros labios.
Afuera,
ya callaron los robles
sus chismorreos de vieja,
el búho recita
los siete salmos apócrifos
con que sangra la noche.
Pronta está la alborada
para vestir la tierra
con su manto de luces.
No temas, mi niña,
pronta está la alborada.
Ya llega.
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