Dejado atrás el tiempo de lirios y azaleas, este jardín de malvas se me ha ido descuidando. Ni apetece la congoja del llanto. Es cansino.
Arrastro el túmulo de mi cuerpo mientras las hojas del calendario vienen a posarse, broza seca. Soy un árbol muriente, un espantapájaros de corazón pajizo. Las horas negras han llegado con su sombra torcida.
Atrás el tiempo. Dejado. Atrás porque duele, doler es vivir y yo no... Quizá hoy la campana doble para mí, ladre el perro ahuecando el aire. Sí, el feliz estertor en que se acabe este engaño de mi aliento patibulario.
Dios, cuánta quietud… Llegue el viento a este nido de cuervos, el soplo que con levedad eficiente libere mis cenizas de su inconsistente equilibrio. Quedar al fin atrás como aquel tiempo de lirios y azaleas, como todos los tiempos que aprenden a preñarse de pasado.
Todo queda atrás. Esa es mi certeza y mi esperanza.
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