“Mitos y leyendas grecorromanos”. Ese era el nombre del libro que Sebas se había encontrado en el desván. En la portada, un hombre de barba enmarañada y gesto fiero devoraba el cuerpo de un niño. El impacto que le produjo la ilustración del Saturno goyesco lo llevó a sumergirse en la lectura con una curiosidad morbosa y adolescente.
Toda esa semana, sus sueños se tiñeron con el tinte rojo y negro de las pesadillas. Se despertaba envuelto en sudores y con un grito mudo que se le ahogaba en algún rincón de sus miedos. Sin embargo, al amparo de la luz diurna, acababa volviendo una y otra vez al libro, subyugado por sus historias. Así supo de cómo los Titanes desmenuzaron el cuerpo de Dioniso e hirvieron los pedazos en una caldera; o vio a Penteo, rey de Tebas, siendo desmembrado por las Ménades; o a las sirenas devorando incautos náufragos.
Y hoy que es domingo, a Sebas, en su traje de monaguillo, le tiembla la bandeja que acerca al altar. Mira en ella las hostias. Mira el vino. Y mira por último al frente, hacia los parroquianos que a él le parece que sonríen, a punto de convertirse en águilas.
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