jueves, 17 de enero de 2008

El faro de mis naufragios


Has de ser tú quien, en días como este, recoja mi cadáver, tú quien reúna mis jirones decadentes y los cosa, apenas lo suficiente para convertir en aceptable la posibilidad de mi existencia. Sólo para este loco, acercas a mi oreja tu bálsamo de Fierabrás, tu voz, la ondulante palabra que como magia fabricas con la parte más paciente de tu lengua y tus pulmones. Me cuentas que todo está bien, que el sol no deja de existir porque anochezca, que hoy has escuchado cantar en los jardines de tu casa a un ruiseñor. Que era hermoso su canto, como amapolas de aire.

Poco a poco, me traes de vuelta al mundo, mi cabeza vencida a tu regazo y a la pluma de tu mano, que acaricia. Con la tenue languidez de un niño enfermo, dejo que mis lágrimas se evaporen al calor de tus muslos. En tu voz empiezo a sentir al ruiseñor y trato entonces de creerte. El sol no deja de existir, el sol no deja de existir. No. El sol. Mi sol. No me dejes, no me dejes nunca, mi sol. Tú no puedes saber.

A veces, son tan tenaces las sombras…

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