Al abrigo del cálido silencio,
mortecina la luz de la candela,
intercambiamos libres de cautelas
querencias destinadas al momento.
Unívocos en cada pensamiento,
enlazadas las almas con miradas,
rotamos por los ejes de la nada
inventando espacios relucientes
donde el tiempo platea nuestras sienes
a la luz de la luna compinchada.
Acomodas tu cuerpo en mi regazo
murmurando cariños y secretos,
invitando al abrazo en parapeto
guardador de fantasmas del pasado.
Arteros confidentes de lo amado,
lamemos nuestras llagas y reímos
una risa que inunda los caminos
como agua que llueve, y el ayer,
ímprobo compadre al padecer,
acelera su escape ante el destino.
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