¿Fui yo, tú o los dos? Para la soberbia de cada cual queda quién tejió la hiedra, quién levantó la distancia como espejos espaldados. Lo que fue amor quiso luego ser odio, tal vez como última tentativa de avivar el brasero de un sentimiento mutuo. No pudo funcionar. Ahora sabemos que el odio es de materia inútil, su destino es la ceniza abandonada al viento-tiempo. Por mi parte, voy a aceptar la derrota. Tomaré el último jirón de respeto hacia ti, hacia nosotros, y bajaré el telón, estoy cansado de este entierro inacabable, de solapar el tañido funerario con el frustrado estertor de la esperanza. Si la rosa pierde sus pétalos, le quedan las espinas. Pero si las espinas caen también, ¿qué queda? Sólo el camino de la podredumbre, el conformista humus de la muerte. Queda la lluvia sobre la piedra apática.
Me voy ya. Tras esa puerta habrá un sendero. Poco hay para meter en la maleta, así que andar será más sencillo. He reservado un bolsillo para llevar los recuerdos que me invente de que fuimos felices. Adiós, mujer, no olvides olvidarme o falsearme. Es la forma. El resto, déjaselo a los perros. Ya los solté.
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