Salieron de entre las matas por decenas y rodearon a los cuatro mosqueteros. D’Artagnan, con displicencia, se atusó el bigote; pegó un silbido y la pluma omnipotente de don Alejandro bajó para tachar de la historia a los incautos guardias del cardenal.
El hombre abanderado
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En la vieja Europa (¿cuál será la nueva?), es tradición que se identifique
a la derecha conservadora con el color azul y a la izquierda progresista
con el...
Hace 15 años
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