En el país de Grantacón, la reina Cristal solía pasear su elegancia transparente por los jardines de Palacio mientras zapatos cortesanos regalaban sus oídos:
—¿Quién ha visto —decían— sandalia más excelsa y delicada? ¿No deslumbra acaso como ninguna la aguja de su tacón? ¿No es ésta, sin dudarlo, la más fina que nunca haya existido?
Un día la reina sufrió un accidente atroz cuando, por querer descansar bajo la sombra de un roble, perdió el tacón al enganchársele entre las rudas raíces.
Desde entonces, ella sigue paseando por los jardines. Y los serviles fuerzan la sonrisa y fingen homenaje mientras dicen:
—¡Oh, mirad a nuestra querida reina! Nunca nadie caminó con el talón más firme en el suelo y la puntera tan alta y orgullosa.
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