Fue que sucedió una vez que una metáfora se encontró con el vocablo original de su sentido figurado, oculto estaba en la manga de un poeta. Este la acusó de haberle robado su significado y es verdad que al pobre se le veía en los huesos, tan insignificante significante que se había quedado. Pero la metáfora se veía hermosa con su sentido figurado, así que se limitó a sacar de un bolsillo su significado literal. Estaba todo arrugado y sucio, porque la metáfora se había acostumbrado a vestirse de tropo y ya no lo usaba. Se lo dejó en el regazo al otro vocablo y siguió su camino. Este lo alisó con cariño, lo lavó, lo peinó y acabó adoptándolo legítimamente como si fuera acepción suya. Y, desde entonces, nadie ha sido capaz de tornar las cosas a su estado primero, para escarnio y desdicha de algunos severos lingüistas.
El hombre abanderado
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En la vieja Europa (¿cuál será la nueva?), es tradición que se identifique
a la derecha conservadora con el color azul y a la izquierda progresista
con el...
Hace 15 años
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