El rey Marcus era un hombre que siempre sopesaba los pros y los contras en cada una de sus decisiones, actuando según la lógica le dictaba. Su sensato uso de la lógica era conocido por todos sus vasallos, que acudían a él para dirimir sus disputas. Aplicó la buena lógica en todos los asuntos del reino y así éste creció en poder y riquezas bajo su mandato. Por lógica, consintió en contraer matrimonio con la heredera del país vecino, pues aquella unión, lógicamente, afianzaría la hegemonía de su nación y podría evitar guerras futuras.
Durante los preparativos nupciales, llegaron a palacio unos músicos ambulantes que se ofrecieron para amenizar los festejos con su oficio. Observó entre ellos el rey a una hermosa muchacha de ojos almendrados y cabellos oscuros como la noche. Esa misma tarde, ordenó redactar una misiva disculpatoria deshaciendo el acuerdo de esponsales y que el jinete más raudo la hiciera llegar a los gobernantes del país vecino inmediatamente. Era lógico: se había enamorado.
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