Cuando la envidia hizo que Barghol, uno de los Primeros, hundiera su hacha en la cabeza de Gëon, ya no hubo marcha atrás: el Mal había nacido en el mundo. Al ver la sangre del hermano entre sus dedos, una corriente cálida recorrió su cuerpo. Por primera vez, alguien mataba a un igual. Se sintió poderoso, invencible, ¡un dios!
Han pasado muchas Eras. Barghol, astuto, ha esperado para conquistar la Tierra. Ahora sus huestes surgen de las profundidades como una ola imparable. En la frontera de los Páramos Grises esperan los demás Primeros con sus ejércitos. Al frente, sublime, la hermosa Leurhil. El combate es atroz. La reina se abre camino blandiendo la furia de su espada sagrada, paso a paso, hasta llegar a donde aguarda Barghol. Los truenos rugen en el cielo cuando sus armas chocan. Ambos saben que la muerte de uno será el fin de la batalla. Barghol es la fuerza; Leurhil, la destreza. El día agota sus horas cuando ella, al fin, baja la guardia. Él embiste y la trampa se cierra. El contraataque es mortal: Barghol se derrumba con el pecho atravesado.
Leurhil mira sus manos teñidas de sangre. Siente que la inunda una cálida marea.
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