Del llanto amargo al lloro ledo, de la inquina al amor. Salto... Boto y reboto. No acabo en tejer cadarzo huidizo y desmadejo. Sin brújula, sin cadencia, a compás quebrado. Achico la piel y me reduzco. Olvido achicar también mis órganos: exploto. Como uva en prensa, rompo hollejo, me hago lirio y amapola.
Aire: eludo el cerco y me elevo
Nube: me sosiego
Agua: resbalo y caigo
Tierra: me entierro
Carrusel de emociones sincopado que pasa de anhelo a insidia, y de insidia a alboroto, y de alboroto a dolor.
Abajo: arriba es ignorancia
Arriba: abajo es demorarse
Una chispa enciende el negro en mil colores y me dejo llevar en el remolino irisado.
Paladeo la pasión y la vida
En el ímpetu del giro surge el blanco: níveo hasta que duele. Cierro entonces los ojos lacerados y el negro vuelve.
Paladeo el rencor y la muerte
Recorro la bobina vital, adaptando el espíritu al tempo variable, al compás truncado de esta sinfonía acarpa y profana. Y a cada golpe de biela, voy guardando el impasse en la memoria, pues de estas suspensiones disonantes que alteran el sentido del trayecto emocional, substancia el hombre sus recuerdos. Con cada ciclo, el tiempo estoico teje un círculo mayor: mi existencia. Y aguarda paciente, sabedor de que llegará el día en que, con precisión virtuosa, hará ritornelo entre el vagido primitivo y el estertor final.
Círculo cerrado. Así sea
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